Por: Hugo Ramírez, presidente del Centro de Comunicación Amakella
Puede parecer una idolatría, una veneración exacerbada que cada 29 de abril, desde hace 23 años, traigamos del pasado al presente la figura de Eloy Arribas, el cura de pueblo joven que se atrevió con la palabra y los hechos a remover y cambiar la realidad pura y dura, de necesidad extrema de los barrios nacientes de la parte alta de Miraflores. Y no se trataba sólo de una carencia material como el de no contar con los servicios básicos de agua, luz, centros de salud, colegios, pistas sino, su aporte, abarcó algo mucho más profundo como el de aprender a querernos, al amor propio, a no sentirnos ni considerarnos personas inferiores. Un pensamiento que, infortunadamente nos persigue porque, como recientemente ha dicho el periodista César Hildebrandt, “al peruano promedio lo caracteriza la resignación”.
Y es contra esta cultura de la mansedumbre, la conformidad, la sumisión que Eloy Arribas se rebeló y, convenció a todo un barrio, a todo un pueblo que SÍ se puede cambiar. Y es con estos, sus vecinos llegados de Puno, Cusco, Apurímac, los habitantes de las nuevas barriadas que, desde los años 60 empezaron a configurar la nueva Arequipa, con los que emprendió el camino de la transformación. Su principal herramienta fue la educación. Esa fue su teología. Por eso, entre sus varias obras, fundó una red de bibliotecas escolares, escuelas, CEO, en aquellos años 80, 90 cuando no exista aún el internet.
Allí, en cada local, el estudiantado, las hijas, los hijos de los obreros, los ambulantes, los pequeños comerciantes, los desempleados leían siempre en la entrada de cada local que “un pueblo que lee y estudia, es un pueblo libre”. Y fundo también esta radio, Yaraví, porque como comunicador y periodista que era, sabía que el poder de los medios de comunicación podía utilizarse para el fomento de la paz, el respeto a los derechos de las personas y de la naturaleza, el respeto a la mujer, a los niños, la reivindicación de nuestra cultura ancestral, el respeto de la democracia, pero, por, sobre todo, para que la gente, los menos favorecidos, los invisibilizados ejerzan su derecho a hablar, a comunicar que es una forma de empoderar.
La radio fue su púlpito y desde estos micrófonos dibujó la realidad sin pelos en la lengua en tiempos de dictadura militar, terrorismo, hambruna y dictadura civil con rostro del “chino japonés”. Aún resuenan muchos de sus comentarios, sus editoriales como aquella que escribió en septiembre de 1997 y cuyo texto, en uno de sus párrafos literalmente dice:
“Nos encontramos en una realidad cada vez más excluyente, de más excluidos, del primer mundo y del otro mundo, donde la pobreza sigue creciendo y el reparto de la riqueza sigue siendo totalmente injusto, donde la corrupción y la impunidad para los corruptos es parte de la cultura cotidiana, donde en el mundo de la comunicación siguen existiendo pueblos incomunicados, personas aisladas y marginadas, donde siguen existiendo ciudadanos y ciudadanas de primera, segunda, de tercera; ciudadanos descartables, donde se concentran poderes en pocas manos, entre ellos el poder de los medios”
Cualquiera que escucha este texto podría confundirlo con un discurso del fallecido Papa Francisco, pero; era Eloy, que acompañaba su palabra con su obra concreta y real. Agua y desagüe, locales comunales, escuelas, viviendas que, de forma colectiva, como el ayni en el incanato, se hacía en conjunto con la población.
Entonces, recordar hoy, los 23 años de la muerte física de Eloy Arribas, no es un acto de idolatría o elogio exagerado, es sólo una forma de hacerlo presente y recordarnos, en el caso de radio Yaraví, que el norte está dado, que nuestra misión es contribuir a la formación de una ciudadanía crítica y activa y que ningún tipo de poder subordine nuestra acción. Te lo prometimos y en ese rumbo estamos. Un abrazo, querido Eloy.