CRÓNICA | Dos de noviembre: Un día para recordar a nuestros difuntos

En el día del difunto, familias de todas partes llegan al cementerio para honrar la memoria de sus seres queridos
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Este dos de noviembre miles de familias de todas partes llegan al cementerio La Apacheta para honrar la memoria de sus seres amados. Una costumbre que data de hace dos a tres mil años, cuando las civilizaciones llevaban comida para traer del otro mundo a los difuntos.

El lugar que acoge la mayor parte de visitas es el cementerio más antiguo de Arequipa, que lleva el nombre de ‘La Apacheta’. Este viene de una terminología quechua el cual significa “Sitio alto” y fue inaugurado en el año de 1837; ha pasado ya mucho tiempo y hoy lo encontramos casi en el límite de su capacidad.

Cerca de la tumba más nueva está Sara, quien junto a su papá y hermana visitan a su madre, solo pasó tres meses desde que la vieron por última vez en el Iren Sur, sobre su lápida posan algunas frutas, como el mango y el durazno.

“Eran sus frutas favoritas”, dice la mayor de las hermanas.

Sus más profundos recuerdos son los viajes que hacían por el Perú para comprar y vender sus productos. Andahuaylas era uno de sus lugares favoritos, recuerda que en ese lugar su madre quería quedarse, la música del lugar la había enamorado.

Sin embargo, una lucha incansable contra el cáncer le quitó ese sueño. Sara se arrepiente de no visitarla seguido y el remordimiento le pesa cuando come el plato favorito de su primogénita, el cuy chactado -ya no es lo mismo-refiere. Un plato que era infaltable cuando había algo que debía celebrarse y donde escuchaban su escandalosa, pero inolvidable risa, cuenta.

Por otro lado, están los Apaza, quienes visitan al patriarca de la familia, una víctima que el coronavirus se llevó para siempre. Aún no creen que Jaime, quien sacudía las ramas de los árboles en carnavales para que cayera y lograr su cometido de ser alferado, ya no estaba con ellos.

Recuerdan que la última vez que lo vieron fue cuando hacía bailar al menor de sus hijos en su cumpleaños. A los dos días lo internaron en el hospital, donde entonces no pudieron ver sus ojos joviales y las líneas profundas en el rostro y en las manos que el tiempo le había dejado.

“En julio cumplía 67 años”, dice su esposa.

En otro de los pasillos, dos amigos se las arreglan para colocar unas flores amarillas en la cuarta lápida. Se llaman José y Franklin, de ahora 23 años y 22 años, quienes vienen a visitar a su amiga del colegio que partió en el 2016 producto de un accidente en su bicicleta.

“Era muy alegre, le gustaba ayudar a los demás”, señalan tímidamente.

Así como ellos, cerca de 40 mil personas visitan el cementerio recordando a sus seres queridos que partieron físicamente. Un día donde se les espera con flores y ofrendas para facilitar su retorno a los altares que preparan sus familias.

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